Ahora que comenzamos a dejar atrás la pandemia, echamos la vista atrás para hacer recuento de los cambios que nos ha traído y la educación no es una excepción.
Una cuestión indiscutible es que en este periodo reducido de tiempo se ha avanzado de manera profunda en la digitalización de las aulas y en la alfabetización digital de docentes, padres y alumnos. El aprendizaje acerca del uso de programas de videoconferencia y otras herramientas digitales se ha acelerado de manera exponencial frente al ritmo lento y cansino de los años anteriores. Sin duda, uno de los retos es conocer cuáles se seguirán utilizando y cuáles caerán en el olvido.
Nuestros estudiantes dedican cada vez más tiempo y son más receptivos a los formatos accesibles desde sus dispositivos. Como docentes tenemos la capacidad de canalizar su atención hacia un uso profesional de estos y mostrarles el potencial indiscutible que tienen en el ámbito educativo y profesional. Muchas de las tareas que realizarán en sus futuros puestos de trabajo se desarrollarán en entornos virtuales, por lo que no sólo no deben ser un mundo aparte sino que tenemos que enseñarles a integrarlos en su vida cotidiana.
Mientras que las videoconferencias han contribuido a trasladar modelos pedagógicos presenciales a la educación a distancia, la incorporación de otros servicios digitales ha abierto nuevos horizontes al panorama educativo. Uno de ellos, a mi parecer, lo constituyen los laboratorios remotos, por su naturaleza dual que combina la realidad física, que tanto hemos anhelado, con las ventajas de los mundos virtuales.
Un laboratorio remoto tiene una ubicación física concreta a la que se accede a través de un navegador web. Es decir, existen en el mundo real y accedemos a ellos a través de la virtualidad. Tan sólo necesitamos disponer de un dispositivo y una conexión a internet. Los múltiples conectores, periféricos y cámaras traen a la pantalla de nuestro ordenador, tableta o teléfono móvil las experiencias que hasta hace poco sólo podíamos vivir en espacios muy concretos y nos dan acceso a equipamientos sofisticados, en ocasiones de difícil acceso como pueda ser un laboratorio de radioactividad.
Los laboratorios remotos rompen las limitaciones espacio-temporales al estar disponibles en cualquier momento y desde cualquier lugar. Su disponibilidad va más allá del horario escolar y de la disponibilidad del centro educativo. Desde nuestra propia casa podemos acceder a laboratorios situados en cualquier parte del mundo, sin importar el momento del día. El resultado es el incremento de horas de práctica a las que los alumnos tienen acceso, multiplicando así las posibilidades de experimentación práctica.
Más que nunca, el profesor se convierte en un guía del aprendizaje de sus estudiantes, que pueden practicar a su propio ritmo y repetir los experimentos y observaciones tantas veces como necesiten y alimentar su curiosidad, elemento fundamental para el desarrollo de las vocaciones científicas. Más que nunca, como sociedad, somos conscientes de que sin ciencia no hay futuro.
En nuestras manos está separar el grano de la paja, es decir, identificar e incorporar aquellas herramientas que enriquecen el aprendizaje y preparan a nuestros estudiantes para su futuro profesional. El desafío está servido.